viernes, 29 de marzo de 2013

Concurso de Lectura

PRIMER LIBRO

PISTA 1
No le contó a nadie lo sucedido, aunque era tentador contar, sobre todo a Lorena, su mejor amiga, cómo había engañado a aquellos imbéciles. Pero sentía el temor supersticioso de que la historia no hubiese acabado todavía.
Estuvo un par de días atenta a coger el teléfono en cuanto sonaba, por si eran los de la tienda que finalmente la habían localizado.
El sábado y mientras se dedicaba a su ocupación favorita –mirarse al espejo- se riñó en voz alta: -Eres tonta, hija mía. Seguro que cada día sorprenden a veinte. Ya se habrán olvidado de mí. 
PISTA 2
Fueron al mismo café donde Ana solía quedar con su hermano antes de ir al taller de literatura y, ocuparon una mesa junto al ventanal.
- Nunca dejas de sorprenderme –dijo Juan-. No esperaba tu llamada. Me preguntaba si has hablado con tu hermano últimamente.
En lugar de responder, Ana aproximó sus labios a los de él. Fue un largo y dulce beso.
- ¿Algún día me contarás a que se debe su cambio? –preguntó Juan.
- Ni hablar. Una mujer debe mantener sus secretos. La mirada de Ana reparó, a través del ventanal, en una pareja que pasaba ante el café. Sonrió al ver que era Lorena con un chico.

SEGUNDO LIBRO:

PISTA 1
Después de ambular por las calles de Granada vendiendo agua, llegó de nuevo a la “Plaza de los Aljibes” supuesto a cargar su garrafa y hacer su último viaje. Pero un grupo de ociosos, reunidos junto a uno de los bancos de piedra, se deslumbraba conversando sobre leyendas de fabulosos tesoros escondidos por los moros en las cercanía de la Alhambra. El buen Peregil estuvo un buen rato escuchando lo que se decía. El recuerdo del pergamino empezó a torturarlo obligándolo a pensar que bien podía haber un tesoro escondido y fácil de encontrar, gracias a sus indicaciones.
PISTA 2
El asombre de Aben-Abuz no tuvo límites. Las pequeñas figuras de madera estaban en movimiento. Los caballos caracoleaban, los jinetes agitaban sus lanzas, como el zumbido de un lejano mosquito se escuchaba el sonido de trompetas, choques de armas, gritos y relinchos. –Esto prueba que tus enemigos siguen avanzando. ¡Pero no te inquietes, poderoso rey’ –agregó el mago-. Si quieres que se retiren sin causarles daño, toca las figuras con el asta de esta pequeña lanza, pero si deseas destrozarlas, hiérelas con la punta. Aben-Abuz luchó un instante con su conciencia. La ira agitó la larga barba. Su cara tomó un color violáceo. Demasiado daño le había causado la rebeldía de sus vecinos como para olvidarlos y otorgar clemencia.

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