domingo, 3 de febrero de 2013

BLANCANIEVES: “El valor de una princesita”

Cuento Ganador del Certamen de Versiones de Cuentos Tradicionales, convocado y dirigido por el Proyecto de Coeducación y celebrado el pasado mes de diciembre en nuestro centro.

Él la miró y sonrió. Fue la última vez que se vieron, pero no la última que recordaran las aventuras que habían vivido juntos. Él se consolaba pensando que la había ayudado a conseguir su objetivo: superar sus miedos. Ella, por el contrario, pensaba que él había dejado de ser él mismo y que su vida se había apagado desde aquel trágico día, en el que quedó postrado en una silla de ruedas para siempre.

(Es una bella tarde de verano. Una luna asustadiza empieza a aparecer en el cielo aún azul. En el porche de una pintoresca casa de campo están sentados un hombre y un niño)
-    Tío, ¿y te dolió mucho?
-    No, pequeño. No recuerdo más allá de verme tumbado en la cama de aquel hospital.
-    ¿Y qué pasó con ella?
-    No lo sé. No la he vuelto a ver desde mi accidente… Pero después de tanto hablar necesito un vaso de agua.
-    ¡Yo voy por él, tío!
-    No, enano. Voy yo. Tú quédate ahí intentando volar como un pájaro.
(Se dirige a la cocina mientras Pedrito corretea por el porche)
-    Tío, ¿por qué no me enseñas a hacer magia? ¡Yo sé que tú sabes!

(Ismael se sitúa frente a él, agacha la cabeza y sus ojos le brillan como un rollo de película que espera a ser revelado, preparados para comenzar a contar alguna vieja historia)
-    Pequeño, te contaré mejor un cuento. A ti te encantan los cuentos, ¿no es así?
-    ¡Sí! ¡Y que sea de pilotos, como tú eras antes, tío! Por favor…
-    Muy bien. Te voy a contar la historia de Blancanieves…
-    ¡Ey, tío! ¡Yo ya conozco un cuento que se llama así! ¡Esto es un plagio!
-    ¿Ah, sí? ¿Tú conoces a una Blancanieves piloto?
-    No, ése no… (Dice contrariado y al punto se pone a mirar fijamente a su tío, preparado para escuchar con atención su relato)
-    … La llamaban Blancanieves, aunque ese no era su verdadero nombre. En realidad se llamaba Blanca, y a decir verdad, su nombre le venía como anillo al dedo, pues su piel era blanca como la nieve, y tenía unos tan oscuros que parecían un pozo sin fondo. Ella era piloto, pero ante todo, era una preciosa princesa...
Pues resulta que nuestra princesa un día conoció a un príncipe, el Príncipe de los Cielos le llamaban, aunque su nombre real era Ismael.
-    ¿Ese príncipe eras tú? Porque tú te llamas así…
-    Sin ansias, pequeño. Tú escucha

(Ismael dirige de nuevo su mirada hacia el horizonte y prosigue con su relato)
-    En su base aérea todos eran compañeros y bueno amigos. De hecho el príncipe nunca olvidaría las cosas que allí vivió, pequeño. Porque te diré una cosa que espero que perdure en tu memoria: No hay que perder el tiempo buscando diferencias, ni de género ni de color de la piel, cuando las diferencias nos hacen a todos, nadie es igual, y de alguna manera esa sea la razón por la cual cada uno de nosotros somos a nuestra manera especiales. Recuerdo la piel morena de nuestro teniente, los misteriosos ojos de nuestro pequeño maestro de kárate vietnamita… La pálida piel de Blancanieves… (Dice mientras le brillan los ojos recordando) De todos había cosas que aprender y todos eran especiales, cada uno a su manera.
Pero toda historia tiene un final, pequeño, y el de este príncipe no fue muy feliz… Pronto llegó el tiempo de combatir en la cruda realidad de una absurda guerra, y en los primeros enfrentamientos de la misma nuestros príncipe y princesa se vieron envueltos en una emboscada en las que los supuestos cazadores se vieron convertidos en las presas, y en la que aquellos profundos ojos oscuros observarían al príncipe atrapado en un humeante avión estrellado en el espesor del bosque. Y como si de un salvador que besa a su princesa para despertarla de su profundo sueño, Blancanieves miró al príncipe y le aseguró que lo salvaría. Poco después llegaron los refuerzos y varias semanas después el príncipe se despertó en la cama de un hospital, sin recordar más allá desde el momento que se viera cayendo en picado hacia el verde espesor de aquel bosque… Y es ahí donde empieza su amargura; una amargura que se desvanece cada vez que reconoce esos preciosos ojitos azules que tienes, pequeño…
-    ¡Guau, tío! ¡Ese sí que es un cuento! (Dice con los ojos brillantes y al borde del llanto. Pedrito abraza a su tío, y en ese instante el llanto se hace imparable para ambos)

Pasaron veintidós años desde que Ismael contara aquel cuento a su sobrino. El pequeño Pedrito se hizo periodista y, aunque había conseguido hacer realidad sus sueños respecto a su vida laboral y a otros muchos aspectos, había un sueño que aún no había logrado cumplir. Pero no hay nada imposible y la búsqueda y la entrega de este intrépido periodista finalmente dieron sus frutos.
En otra tarde de verano, como aquella en la que Ismael contara aquel relato a su sobrino, allí se encontraba Ismael como siempre en el porche de su casa de campo, haciendo sus ejercicios de mantenimiento físico. Ni sus mermadas condiciones físicas ni su edad le impedían seguir con su natural vitalidad y salud. Pero en un momento dado, deja caer una de las pesas al suelo y, asombrado, descubre la escena que ante él se le presenta. En el pórtico de su porche se situaban orgullosas y mirándole fijamente dos personas. Una de ellas, su querido sobrino Pedro; pero su atención se centra especialmente en la mujer que se encontraba a su lado. Ella lucía gran cantidad de medallas en su elegante uniforme militar. Aún conservaba esa pálida tez y aquellos profundos ojos negros. Cruzaron sus miradas en un instante eterno, sonrieron, y no hizo falta decir nada más.

FIN
Andrea Hurtado Martínez – 3º C

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